domingo, 19 de junio de 2011

Un cuento por terminar




Llegué como suelen llegar todos los viajeros, de noche y con más cansancio que hambre. En el distribuidor de la fonda nada especial, a la derecha una puerta algo estrecha y baja donde se podía adivinar los últimos ruidos del día, a la izquierda una gran y cuadriculada puerta que daba acceso a un comedor recogido y a oscuras, frente a mi un pequeño mostrador donde poder atender a los clientes y junto a él una escalera de piedra, de peldaños gastados y ennegrecidos y una barandilla barnizada mil veces. En medio de la sala una mesita llena de guías de la zona y un pequeño sillón de grandes orejas donde descansaba ahora el sr. Antonio, mudo desde su nacimiento, y de edad avanzada. Me atendió la sra. Teresa, seria en su esfuerzo de ser amable.

Una vez en la habitación abrí los ventanales para dar paso al poco aire fresco de este pueblo desconocido. Era grande, espaciosa y parecía decorada hace más de cien años.
Caí rendido en la cama. La mañana siguiente desperté con una liberada sensación de descanso, estaba en paz. Me pareció una sensación nueva, no vivida por mi. Aquella noche un sueño ocupó toda mi velada. En él la habitación, el baile de unas cortinas y ella. Fué la primera noche que pasamos juntos. Sentada en mi cama, desnudos los pies, con su camisón tejido de blancos linos, hilados muy suaves permitían adivinar con sus tranparencias una mujer joven de piel suave, carnes moldeadas y prietas, unos pechos firmes con su justa aureola rosada. De pelos oscuros como una prolongación de la oscuridad de la noche, ojos grandes, claros, brillantes, tez mimosa y una sonrisa que no perdía ni cuando me susurraba:

-"DESCANSA SIEMPRE HE VELADO POR TI".

 Mientras apoyaba su mano derecha en mi costado y acariciaba mi cabello con la izquierda se despidió de mi con un beso en la mejilla. Soy incapaz de describir cómo penetró en mi cuerpo ese beso. Si recuerdo el olor a vainilla que presidió su presencia.

La primera mañana la dediqué a conocer la pequeña villa. Nada especial, casas pequeñas y calles estrechas. Y sus gentes? Todas tenían un semblante frío, seco, algunas mucho más pronunciado. Parecían caras neutras sin ningún tipo de expresión. Me llamó mucho la atención la cantidad de personas ciegas, sordas, mudas y otras completamente neutras, era como si no existieran.
Seguí mis pasos recordando a la muchacha de mis sueños hasta topar con la Plaza Mayor, todos los pueblos tienen una, normalmente con una fuente de aguas siempre frescas. Este no. En un rincón un pozo, muy antiguo y medio derruido, cerrado por una tapa de madera emblanquecida por el sol y un gran candado de hierro, la llave debe ser inmensa pensé. El pozo estaba vallado por unos robustos hierros retorcidos y terminados en infinidad de puntas. Imposible acercarse. Lo más curioso era la inexistencia de una puerta. Por qué no la tenía?
No invitaba a la conversación nadie. Ni el bar donde comí, el único del pueblo. Todos se comunicaban prácticamente utilizando gestos desganados.
Así pasaron las horas del primer día, entre paseos y gentes anónimas entre si, recordando el camisón de lino blanco y las formas que abrigaba pero, sobre todo, aquella sonrisa.
Cené en la fonda. La sra. Teresa fué la primera persona del día en dirigirme la palabra. Tan solo una breve pregunta:

- Ha dormido bien Don Gumersindo? - un largo silencio y añadió. - No haga ud. mucho caso de la historias de este pueblo. Las brujas nunca han existido, a la gente le gusta vivir del miedo. - Sonreí y guardé mi sueño para mi.

Extraña pregunta ahora que estoy a punto de acostarme de nuevo. Asentí con la cabeza mientras volvía la misma imagen una y otra vez, aquella muchacha.
No esperaba nada especial, dormir y reemprender mi camino al día siguiente.
Atrapado en el aburrimiento del día caí dormido enseguida. Ella, la muchacha del camisón de lino blanco no tardó en volver:

- Ven, ven conmigo.....ven hace mucho que te esperaba, ven.

La misma sonrisa me tendió una mano y sin más me condujo por las calles oscuras, tan oscuras que no existían ni las sombras. llegamos al viejo pozo vallado, ahora con una puerta grande sin candados ni maderas antiguas sobre su boca. Nos sentamos en el brocal. Me miró iluminando mucho más su sonrisa, su gesto, su mirada y mientras acariciaba mi cabello, con voz dulce y calma me contó esta historia:

- Soy Eva, mi edad no importa, nací hace más de quinientos años. Hija de campesinos, con tres hermanos varones. Mis padres acordaron con el Señor de estas tierras desposarme con él para evitar pagar nunca más el diezmo que les correspondía. Yo, joven y con pocos deseos para cumplir, estaba enamorada de un muchacho de mi edad, Gabriel. Ante mi negativa mi padre me encerró en casa prometiéndome que nunca más lo volvería a ver. Un día, entrada la noche, desperté por un grito corto, seco...desgarrador, al tiempo que mi pecho empezaba a arder y un dolor insoportable partía mi alma. Gabriel estaba muerto.-

La muchacha siguió contándome su historia sin variar su sonrisa ni su gesto, yo sentía la misma paz que ella entregaba. No entendía esta paz entre tanto sufrimiento. La muchacha prosiguió:

- Aquella misma madrugada mi padre me sacó del encierro con la intención de cumplir su promesa. Casi desnuda, tan solo con este camisón que ahora me cubre, pude escapar. Mi sin razón, mi impotencia, el sentirme perdida, desorientada, con el único deseo de estar con Gabriel. En mi huida llegue a este pozo, subí sobre el brocal donde ahora nos sentamos y justo antes de que mi padre me alcanzara pude girarme, mirarle y con esta misma sonrisa espetarle: - Por qué ?? - . Durante mucho tiempo vino mi padre cada día aquí para derramar sobre mi toda su amargura en forma de lágrimas. Ellas me daban vida, al tiempo que la quitaba. Las gentes empezaron a sentirse enfermas, culpaban al pozo. Quien bebía su agua enmudecía, quien lavaba su cara quedaba ciego o sin semblante. El Señor con el que debía desposar decidió cerrar el pozo y mandó construir esta valla. pero la desgracia estaba escrita para siempre.

Entró en mi un vacío completo. Por qué me contaba a mi esta historia? La muchacha mantenía su sonrisa, yo callaba. Sin saber me abrazó, el aroma a vainilla llenó todo el aire y lentamente descendimos por el pozo, mientras ella repetía:

- Quiéreme Gabriel, quiéreme toda una eternidad.

Al despertar la sensación fue muy distinta a la del día anterior. Era un bienestar mezclado con el vacío. Medio vestido salí corriendo hacia el pozo. Todo es un sueño, dónde voy? qué espero encontrar?. Mientras yo mismo no podía creer que hacía corriendo con tal desespero adiviné  el pozo rodeado de casi todo el pueblo. Al llegar vi sobre el suelo el camisón de lino blanco y percibí el aroma a vainilla dulce. Ni rastro de una valla, ni candado de hierro. Recogí el camisón lo acerqué más de lo que podía a mi boca, lo besé y mis lágrimas empezaron a resbalar para caer en el pozo. Un niño no dejó de mirarme ni un momento, esperaba en silencio. Se acercó para tenderme su mano y entregarme una llave de hierro:

- Cierra el pozo Gabriel - dijo sonriendo.
- No sin saber por qué yo - respondí.

Han pasado muchos años y la única respuesta que encuentro es que yo si creí en la muchacha del camisón de lino blanco.

2 comentarios:

Toni Barnils dijo...

♥hadama♥ dijo...
duende yo te regalo una llave y por dios cierra el pozo ese y todos los pozos pues en ellos se hunde la son risa y sale la pena o la locura
¡ me encanto !te regalo 10 besos
desde esta apartada orilla del mar muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Toni Barnils dijo...

Blanca EstoydePaso dijo...
Excelente buen amigo Duende, ahora entiendo su encabezado, usted tiene esa magia en sus letras.
No deje de deleitarnos con más cuentos de personajes encantados, Un pozo nos abrió ese camino hacía los sueños, quizás mañana sea una nube.

Besos